Cuando se entra en los pormenores de la
Historia, ya sea en el campo del arte, las ciencias o la política, es difícil
resistirse en ocasiones a preguntarse sobre qué hubiese ocurrido o cómo habrían
evolucionado los acontecimientos si determinados hechos no hubiesen
transcurrido como lo hicieron. Maravilla pensar, por ejemplo, cómo hubiera
influido en la Historia de la música si un compositor de la talla de W. A.
Mozart no hubiese fallecido cuando sólo contaba con 35 años. Cierto es que la
imposibilidad de tener una obra de un Mozart de 50 o 60 años se debió a causas
naturales, contra las que es difícil
luchar (aunque la leyenda ha procurado varias teorías sobre un posible
asesinato del compositor, si bien se han ido refutando con el paso de los años).
Sin embargo, este juego sobre hipótesis
históricas cobra una especial fuerza cuando es la voluntad humana la que se
interpone en el devenir de la Historia. La voluntad que el 8 de mayo de 1794
llevó a Antoine Laurent Lavoisier a la guillotina y acabó con la vida de uno de
los químicos más importantes de la Historia. En este artículo realizaremos una
reflexión sobre las causas por la que Lavoisier tuvo este trágico final, tan
común en aquellos días de la Francia revolucionaria y llegaremos, en último
caso, a poner en su contexto las palabras atribuidas a Jean-Baptiste Coffinhal,
presidente del Tribunal revolucionario que selló el destino de Lavoisier:
« La République n’a pas besoin
de savants ni de chimistes; le cours de la justice ne peut être suspendu. »
“La república no
necesita sabios ni químicos. El curso de la justicia no puede detenerse”
Entender
las razones por las que Lavoisier fue sentenciado a muerte implica conocer los
hechos que tuvieron lugar en Francia durante los años previos, los de la
Revolución. En ellos, algunos elementos de la vida de Lavoisier jugaron
claramente en su contra, como se verá a continuación.
Contexto histórico
(1789-1794).
La
situación económica de Francia a mediados y finales de la década de 1780 era
crítica. Como consecuencia del apoyo militar que Francia había prestado a los
Estados Unidos para su independencia de Inglaterra, la deuda había adquirido
cotas inasumibles. Además, a pesar del éxito militar, los beneficios
comerciales obtenidos de esta guerra no habían cumplido las expectativas y,
aunque a Inglaterra se le había asestado una derrota importante, no había
terminado de ser definitiva. A la deuda desorbitada se sumaba una situación
interna nada halagüeña, con cosechas bastante reducidas, el elevado precio de
los bienes de consumo más básicos y un sistema de impuestos que hacía recaer
todo su peso en las clases populares y en la burguesía. Poco a poco crecían las
voces que pedían que los impuestos se extendiesen a los otros dos grandes
grupos de influencia que hasta el momento estaban exentos de pago: la nobleza y
el clero. Esta idea fue asumida por Turgot, el primer ministro relevante del
reinado de Luis XVI, si bien sería destituido ante el revuelo que sus
propuestas generaron en la corte. El otro ministro que jugaría un papel
fundamental sería Jacques Necker, que igualmente inició un programa de reformas
que sólo pudo contener levemente la situación. Ante esta situación de crisis,
la última y más desesperada medida fue convocar a los Estados Generales para
tratar asuntos de alta importancia para el reino y conseguir introducir
impuestos especiales que permitiesen aliviar la situación. Esta Asamblea
formada por los tres estados (nobleza, clero y un Tercer Estado que englobaba
al resto de población) se abrió el 5 de mayo de 1789. Pronto se pudo comprobar
que muchos asistentes del Tercer Estado estaban más preocupados sobre aspectos
como el sistema de votación o que las reuniones de los tres grupos fuesen
conjuntas antes que hablar sobre cuestiones financieras. Ante la falta de
acuerdos, representantes del Tercer Estado se constituyeron como Asamblea
Nacional y se comprometieron a dar a Francia una constitución. Las
discrepancias entre Luis XVI y su ministro Necker, comprensivo en parte con las
reclamaciones del Tercer Estado, trajeron la destitución de este último el 11 de Julio de 1789. Existe
consenso en considerar que esta destitución fue la que actuó como detonante
para la toma de la Bastilla por las masas populares el 14 de Julio de 1789.
Seguidamente se obligó a Luis XVI a regresar a París desde Versalles y aceptar
las condiciones impuestas por las nuevas autoridades surgidas de este
levantamiento. Así se pasó a un nuevo régimen en forma de monarquía
constitucional, donde el rey seguía siendo el jefe de estado, pero su acción
estaba controlada por una Constitución y una Asamblea. Aún así, se reservó al
rey el derecho de veto contra las leyes emanadas de la Asamblea. Éste fue un
derecho que Luis XVI ejerció con bastante frecuencia, siendo muy criticado
cuando bloqueó las medidas adoptadas contra los emigrados que habían abandonado
Francia tras el cambio de régimen y contra los eclesiásticos que no habían
aceptado el juramento de fidelidad a la Constitución Civil del clero (por la
que la Iglesia se subordinaba al Estado). Poco a poco el clima se fue haciendo
más hostil contra Luis XVI, que entre el 20 y 21 de Junio de 1791 trató de escapar de
Francia, si bien fue interceptado en Varennes-en-Argonne. El intento de fuga
acabó con la confianza depositada en la corona, que terminaría por ser
derrocada el 10 de Agosto de 1792. Fue entonces cuando quedó proclamada la
República y la familia real fue encarcelada. Mientras, el ejército del nuevo
régimen apenas era capaz de contrarrestar la ofensiva de diversos países, que
habían declarado la guerra a Francia para restaurar la antigua monarquía,
especialmente Austria, uno de los enemigos tradicionales de Francia pero que
era el país de origen de la hasta entonces reina María Antonieta. La Asamblea,
ahora llamada Convención Nacional, inició un simulacro de juicio de mínimas
garantías legales contra el rey depuesto, donde se le terminaría sentenciando a
la muerte por decapitación en la guillotina, lo que ocurriría el 21 de Enero de
1793. La noticia conmocionó a Europa. Pronto Francia fue atacada por todas las
grandes potencias: Austria y Prusia por el norte y el este, España por el sur,
y la hostilidad inglesa por el oeste. Sin embargo, no solo había enemigos
externos, sino que se produjeron levantamientos a favor del restablecimiento de
la monarquía en la región de la Vendeé, dando origen a un enfrentamiento civil
en el seno de la propia Francia. Con el fin de evitar que la Revolución se
quedase estancada, el poder fue tomado por la sección más radical de la
Convención, los jacobinos, que para mayo de 1793 controlaban el Comité de Salud
Pública y el Tribunal Revolucionario, los dos grandes centros, respectivamente,
del poder ejecutivo y judicial. Aquí se alzaría la figura de Maximilien
Robespierre, que desde el Comité de Salud Pública consiguió su ambición
obsesiva para la purga de la Convención y buena parte de Francia de todos
aquellos a los que se consideraban contrarrevolucionarios o merecían el mayor
de los suplicios por haber colaborado con el Antiguo Régimen. Se instauró así
un Régimen del Terror que, entre mayo de 1793 y Julio de 1794, acabó con la
vida de miles ciudadanos en la guillotina, incluyendo, finalmente, la del
propio Robespierre. Para entonces, ya había pasado un mes desde que Lavoisiser
había pasado por el mismo camino.
Luis XVI |
El contexto personal.
Habiendo
expuesto previamente el contexto de los años cercanos a la muerte de Lavoisier
podrá comprenderse mucho más fácilmente que su contexto personal
le convirtió en el objetivo ideal de aquellos que, durante el Régimen del Terror
quisieron eliminar de Francia cualquier rasto material y humano que recordase a
la monarquía, tanto absoluta como constitucional.
A
pesar de su profunda vocación por el estudio de la ciencias naturales mostrada
ya en su juventud, por influencia de su padre, Lavoisiser realizó estudios para
convertirse en abogados y poder garantizarse un sustento más seguro que el
derivado de su actividad científica. En esta idea, el patrimonio de la familia
Lavoisier era lo suficientemente holgado como para que Antoine pudiese comprar
un paquete de acciones de la Ferme Genèralè en 1768. La Ferme Genèralè se
trataba de un sociedad a la que el Estado le había otorgado el poder de
recaudar impuestos. Se trataba en realidad de una sociedad privada en la que la
que los beneficios para sus miembros dependían de lo bien que se ejecutase la
recaudación de los impuestos, lo cual garantizaba que el mayor interés de sus
miembros fuese eliminar el fraude fiscal, especialmente elevado en aquellos
años. Lógicamente, ello suponía que una parte muy importante de la población tuviese una gran
aversión a los recaudadores y a los miembros de la Ferme Genèralè. En el caso
de Lavoisier, su pertenencia le supuso un beneficio económico innegable, que
dedicó en buena medida a la construcción de un laboratorio personal de trabajo
que rápidamente se convirtió, posiblemente, en el mejor preparado de toda
Europa. En él podían encontrarse instrumentos únicos en el mundo ya que habían
sido diseñados y mandados construir expresamente por el propio Lavoisier. Poco
a poco Antoine fue subiendo en el escalafón administrativo de esta sociedad, y
estuvo entre los responsables de proponer que para reducir significativamente
el fraude fiscal en el comercio de París se podía rodear toda la ciudad con una
muralla porticada en la que el comercio entrante y saliente necesariamente
estuviese controlado en el paso de las puertas de acceso. A partir de 1787 se
empezó a constuir y al poco aprecio que esto suponía para la mayor parte de la
población comerciante de la ciudad se le añadió un gasto bastante elevado para
su edificación. El clima creado se puede deducir fácilmente de algunos juegos
de palabras y versos creados para la ocasión:
Le mur murant Paris rend Paris murmurant (El muro
que rodea París hace que París murmure)
Pour augmenter son numèraire
Et raccourcir notre horizon
La Ferme a jugé nèccesaire
De nous mettre tous en prison
(Para aumentar su
beneficio
y recortar nuestro
horizonte
la Ferme ha juzgado
necesario
meternos a todos en
prisión)
En
definitiva, un elemento más que añadir al caldo de cultivo que se estaba
generando en los meses previos al estallido de la Revolución francesa.
Posiblemente, la principal razón por la que Lavoisier fue acusado frente al
tribunal revolucionario fue por su condición de miembro de la Ferme Genèralè,
una organización a la que se identificaba completamente con los abusos del
Antiguo Régimen. Precisamente, los 28 guillotinados aquel 8 de Mayo de 1794
cumplían la condición de haber sido fermiers.
Sin
embargo, hubo otros elementos que contribuyeron a poner a Lavoisiser en contra
de la opinión pública. Entre ellos hay que destacar su pertenencia a la
Academia de Ciencias, a la que accedió en 1768. Esta institución, claramente
ligada a la protección monárquica en sus orígenes fue vista nuevamente como un
recuerdo del régimen que terminó por destruirse el 10 de Agosto de 1792. Por
ello, la Convención Nacional, ya bajo el poder de los jacobinos e instaurado el
Régimen del Terror, decidió cerrarla en Agosto de 1793, a pesar de los intentos
del propio Lavoisier por evitarlo. Una de las paradojas ocurridas en este
episodio fue el hecho de que uno de los principales defensores del cierre de
todas las Academias fuese el diputado y pintor Jacques Louis David. Este pintor
era amigo personal de Lavoisier, hasta el extremo de que fue el encargado de
realizar el retrato por todos conocido del matrimonio Lavoisier. Sin embargo,
David no terminaba de aceptar que la Academia de Bellas Artes no le hubiera
aceptado.
Matrimonio Lavoisier (J. L. David) |
Esto mismo debió de mover a
otro miembro mucho más radical y beligerante de la Convención: Jean Paul
Marat. A ello se sumaría el odio personal que Marat profesaba contra Lavoisier.
En su juventud, Marat había realizado unos estudios sobre la naturaleza del
calor y del fuego, presentando los resultados a la Academia de Ciencias. Sin
embargo, Marat no consiguió el visto bueno de los académicos para que desde la
institución se diese veracidad y publicidad a los resultados presentados. A
pesar de ello, Marat publicó sus investigaciones, dando a entender que contaban
con el visto bueno de la Academia de Ciencias. Lavoisier, en cuanto tuvo
noticia de ello, lo denunció y sacó desde la Academia un comunicado en que
desautorizaba las publicaciones de Marat, aclarando que la Academia de Ciencias
no había dado soporte a estas investigaciones. Para Lavoisier, el problema
estuvo en que Marat se convirtió en uno de los principales panfletistas de la
Revolución. Desde su periódico, L’ami du peuple, Marat no perdió la
ocasión para decir lo siguiente de Lavoisier en enero de 1793: “Denuncio
ante ustedes a este maestro de charlatanes, el señor Lavoisier, hijo de
rentista, aprendiz de químico, recaudador de impuestos, comisionado de la
pólvora y de salitre, administrador de los fondos de descuento, secretario del
rey, miembro de la Academia de Ciencias. Piensen que este caballerito
disfrutaba de unos ingresos de 40000 libras, teniendo como méritos haber
encerrado a París, interrumpiendo la libre circulación del aire con la
construcción de una muralla que nos costó a nosotros, pobres ciudadanos, 30
millones de libras, y haber transferido la pólvora del Arsenal a la Bastilla la
noche del 12 al 13 de Julio, en una intriga diabólica para resultar ser elegido
administrador del departamento de París”. No hacía falta ser más explícito
para que Lavoisier quedara marcado por uno de los ídolos populares de la Revolución.
La toma de la Bastilla |
En
el anterior fragmento se hace alusión a otro agravante en la reputación de
Lavoisier frente a las autoridades revolucionarias surgidas en el Régimen del
Terror. Durante un tiempo, Lavoisier trabajó en el Arsenal de pólvoras de
París, situado en el complejo de edificios que formaban la Bastilla. Allí
estuvo encargado de mejorar la composición y los procesos de producción de la
pólvora que se suministraba al ejército de Francia. El 12 de Julio de 1789,
viendo que los ánimos estaban exaltados entre los habitantes de París por la
destitución del ministro Necker, el gobernador de la Bastilla decidió trasladar
la pólvora almacenada del Arsenal e introducirla en la Bastilla, donde estaría
más segura. A esta orden Lavoisier no se podía negar y cumplió con sus
obligaciones. Sin embargo, esto se vería por las clases populares tiempo
después como un ejemplo de su colaboración para conservar el orden monárquico
absolutista. Igualmente, desde su puesto del Arsenal, Lavoisier declaró en 1793
su opinión favorable a mantener una monarquía parlamentaria, lo cual, tras el
derrocamiento del rey se vería como una prueba más del espíritu “contrarrevolucionario”
de Lavoisier. Contrariamente a lo que se
pueda pensar, la decisión de sentenciar a muerte a Luis XVI contó con una
mayoría poco amplia entre los miembros de la Asamblea que lo juzgaron.
Posiblemente Lavoisier estaría más cercano a los diputados que pedían otro tipo
de castigo como el destierro o la cadena perpetua, pero no el extremo de matar
al hasta entonces rey. Cuando se instauró el Régimen del Terror, todos aquellos
diputados que no votaron a favor de la muerte de Luis XVI serían señalados, y
muchos de ellos, guillotinados, siendo los siguientes sus seguidores.
En
definitiva, la sentencia a muerte de Lavoisier puede enmarcarse en el afán
obsesivo del Comité de Salud Pública y de su cabecilla, Robespierre, de
eliminar a todo aquel “contrarrevolucionario” que recordase o hubiese
participado con la Monarquía de Luis XVI. Sobre el Régimen del Terror se ha
escrito mucho, tanto para demonizarlo como para absolverlo, pero posiblemente
el caso de Lavoisier sea un ejemplo de cómo los que defendían el gobierno de la
libertad instauraban un Estado absolutista y arbitrario donde los odios
incubados durante años dieron paso a un ajuste de cuentas sangriento.
La
frase atribuida al presidente del tribunal que juzgó a Lavoisier se le supone
como respuesta a los intentos que varios de sus amigos y colaboradores por
salvarle, haciendo ver su valía por todo lo que había hecho en la investigación
científica. Curiosamente, un debate entre los historiadores se ha establecido
en el grado de defensa que hicieron de Lavoisier algunos de sus colaboradores y
que incluso eran diputados de la Convención Nacional, como Guyton de Morbeau,
que colaboró con Lavoisier en la redacción de la Nueva Nomenclatura Química.
Lo cierto es que si las reclamaciones de piedad fueron dirigidas a Robespierre
no surtieron ningún efecto. Por algo se conocía a Robespierre como El
Incorruptible, que, por ejemplo, no hizo nada por salvar de la guillotina a
Camille Desmoulins, del que Robespierre era antiguo compañero de colegio, testigo de su boda y padrino
de su hijo.
La
suerte de Lavoisier estaba sellada analizando un currículo en el que el
Tribunal Revolucionario lo tenía muy fácil para justificar su sentencia. Si las
palabras del presidente del tribunal forman parte de la leyenda, las que
quedaron bien escritas fueron las expuestas por el matemático Joseph Louis Lagrange el día siguiente
a la muerte de Lavoisier:
"No ha hecho
falta más que un momento para cortar su cabeza y puede que cien años no basten
para producir otra parecida."
Bibliografía recomendada:
1. Lavoisier. La química moderna. La revolución está en el aire. Colección Grandes Ideas de la Ciencia. Adela Muñoz Páez. Editorial RBA.
2. Un químico ilustrado. Lavoisier. Colección Científicos para la Historia. Inés Pellón González. Editorial Nivola.
3. Lavoisier en el año uno de la Revolución. Madison Smartt Bell.
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